Literatura de subsistencia: agosto 2007

Imperio y declinación

martes, agosto 28
Hoy escuché
por primera vez
a través del filtro
metálico de la distancia
el llanto de mi padre
por teléfono.

He ido a muchos entierros.

Los puedo numerar:

al de la mamá de la Jose,
al de la abuela y la tía abuela
del Luisito,
al de la mamá del Facu,
al del padre del Pau,
al de la mamá del Colorado,
al de la madre de la Chancha Luna,
al del profesor Raúl Tello,
al de mi profesora Clarisa Tissera,
al del Padre Conti,
hace poco, y fugaz,
al del Gordo Leo:
el primero en morir
de mi generación.

Hubo también
entierros a los que no fui
por resistencia:

al del abuelo de Burbuja
al de la abuela del Santi
al de la mamá del Delca.

Con mi hermano
viajamos
sesenta kilómetros
por entre las montañas:

Si, en la cima
de aquella me voy a construir
una pequeña cabaña
al resguardo
de la tecnología
satelital.
Y, ahí,
en esa escuela
voy a dar clases
a niños despeinados

que chorreen
mocos.


Todo patriarca
necesita testigos
para acompañar
sus horas.

La moderna idea de eficacia mezclada con la antigua sed de sangre - Cuarta Parte

miércoles, agosto 22
Y recuerdo
que solo escribo
en vacaciones.

Y que si pienso mucho
en poesía
no me sale.

Todavía recuerdo
como funciona:
publicar un libro,
que lo prologue
alguien importante
que lo presente,
en una sala prestigiosa,
otro importante,
pelear con el poder de la insistencia
una reseña,
conseguir una entrevista,
aparecer en todas las lecturas
y presentaciones,
visitar, casa por casa,
a las personas de “poder”,
deshuesarse porque te inviten
a un cumpleaños
alucinar con que
se aprendan tu nombre.

Para después
terminar mezclado
con las modas de turno
y ahora, están todos
mirando hacia arriba
chocándose las espaldas
en un cuarto reducido.

Y entonces, solo
con cojerte a la mujer
indicada,
quedás solo
y enfermo
escribiendo,
con tembleque,
poemas de puño.

Recuerdo
que me regalaron libros,
y que dijeron
que mis poemas
eran buenos.

Recuerdo
que me fui a vivir
a las sierras
para escribir
esos poemas
brillantes,
que nunca escribí,
y solo me cagué de frió
y aprendí de plantas.

Recuerdo
lo que es sentirse
el hemisferio
superior de la humanidad
después de escribir
un buen poema.

Recuerdo
que iban a haber premios
y gloria,
y honor,
y con todo eso
no haría falta
un pase
para juntar fuerzas
y enfrentar la mecánica
del día.

Recuerdo
también, la becas,
con las que compraría
un auto,
construiría una casa,
para así,
forjar una familia
a la sombra y cuidado
del poema.

Recuerdo
el humor,
las palmadas,
las personalidades
importantes,
los concursos,
las presentaciones,
los debates,
las lecturas,
los congresos,
los libros,
las notas,
las cenas.

Pero no todo es baladas
y rock and roll,
no podemos quejarnos,
si para algo sirve
la literatura,
es para demostrar cosas,
cosas, como por ejemplo,
que una vida entera,
puede ser,
con todo el aire de las colinas,
un error.

La moderna idea de eficacia mezclada con la antigua sed de sangre - Tercera Parte

viernes, agosto 10
Recuerdo
con todos sus sonidos
la inundación.

El diario que escribí
y los poemas que no
gustaron.

Recuerdo las palmeadas
terminada una lectura
y también
recuerdo lecturas
a las que falté
y no puedo olvidar
todos
y cada uno
de los concursos
que perdí.

Y recuerdo
que a mi también
me conmovieron
los amaneceres
en la casa del ciruelo,
en la del mandarino,
y, ahora,
en la del limonero.

Recuerdo que en círculo
miraban mis movimientos
y que a la guerra fría
la ví en quinto año
con Horalia Sánchez
y el último día de clases
se aprendió mi nombre
y por eso no me la lleve.

Recuerdo que leí
a los poetas que triunfaban
y su poesía era una mierda
pero triunfaban.

Recuerdo las
nuevas jóvenes
editoriales fantasmas
que publicaban
adolescentes desesperados
por una cucharada
de ego
que pagaban cualquier
cosa por un libro
en los estantes.

Recuerdo la fiebre,
el dolor de muelas,
las inyecciones,
alguna quebradura
de radio
por subir a la terraza
a gritar un gol.

Recuerdo
los anales
de la literatura de mi provincia
y el sarcasmo
y la ironía
que no es metáfora.

Recuerdo
que había que figurar,
apretarle la mano
a personas repugnantes,
soportar los avances
de un viejo puto,
cojerse a pendejas
desahuciadas
y perdidas
que veían en uno
lo que querían ver
y que después, cuando
me las cruzaba en la calle,
agachaban la vista.

Recuerdo
las condiciones
que impuse
para escribir en el exilio
y finalmente escribo
por las noches,
horizontal,
a mano
y enfermo.

Recuerdo a los compañeros
de la facultad
con su ropa seria
seguros de ser grandes
escritores,
planeando en secreto
una novela
que aplique
el postestructuralisto bartheano
mezclado con una
moderna interpretación antisemita
de la odisea.

Recuerdo
que conocí a grandes poetas
y que eran
unos lisos
y llanos
pelotudos,
y que mi maestro,
finalmente,
era ese pedófilo
que fotografiaba
a sus mancebos alumnos
sin remera,
porque la poesía
nunca le alcanza.

Recuerdo
la vieja idea
de los poetas magistrales
que no publican.

Recuerdo
el caucho,
las huellas del perro
dentro de casa
y el hogar a leña
donde quemé
mis primeros libros.

Recuerdo
que escribo poesía
pero la poesía no me gusta
porque cada diez libros
que se publican,
ninguno es bueno,
habrá que esperar
quizás,
en los próximos diez,
esté el que todos
esperamos.

Faunitas cincuenta

sábado, agosto 4
Desespero.
Lo sabíamos
desde antes.

El cuajo de la guerra
es también
lo que se escarba.

Hay cosas
que no pueden
ser dichas
de otra manera,
y por eso,
y nada más
que por eso,
son poemas.

Si pienso rápido
en algo
te digo
en el ascensor
o en la planta
que robamos
de la isla,
por ejemplo.

Desespero
por contrato
por ley.

Pero no por eso
va a dejar de
ser frío el invierno
ni dejar de secarse
la sangre.

No por eso
el verano
va a dejar de ser
madera.