Imperio y declinación
Hoy escuché
por primera vez
a través del filtro
metálico de la distancia
el llanto de mi padre
por teléfono.
He ido a muchos entierros.
Los puedo numerar:
al de la mamá de la Jose,
al de la abuela y la tía abuela
del Luisito,
al de la mamá del Facu,
al del padre del Pau,
al de la mamá del Colorado,
al de la madre de la Chancha Luna,
al del profesor Raúl Tello,
al de mi profesora Clarisa Tissera,
al del Padre Conti,
hace poco, y fugaz,
al del Gordo Leo:
el primero en morir
de mi generación.
Hubo también
entierros a los que no fui
por resistencia:
al del abuelo de Burbuja
al de la abuela del Santi
al de la mamá del Delca.
Con mi hermano
viajamos
sesenta kilómetros
por entre las montañas:
Si, en la cima
de aquella me voy a construir
una pequeña cabaña
al resguardo
de la tecnología
satelital.
Y, ahí,
en esa escuela
voy a dar clases
a niños despeinados
que chorreen
mocos.
Todo patriarca
necesita testigos
para acompañar
sus horas.
por primera vez
a través del filtro
metálico de la distancia
el llanto de mi padre
por teléfono.
He ido a muchos entierros.
Los puedo numerar:
al de la mamá de la Jose,
al de la abuela y la tía abuela
del Luisito,
al de la mamá del Facu,
al del padre del Pau,
al de la mamá del Colorado,
al de la madre de la Chancha Luna,
al del profesor Raúl Tello,
al de mi profesora Clarisa Tissera,
al del Padre Conti,
hace poco, y fugaz,
al del Gordo Leo:
el primero en morir
de mi generación.
Hubo también
entierros a los que no fui
por resistencia:
al del abuelo de Burbuja
al de la abuela del Santi
al de la mamá del Delca.
Con mi hermano
viajamos
sesenta kilómetros
por entre las montañas:
Si, en la cima
de aquella me voy a construir
una pequeña cabaña
al resguardo
de la tecnología
satelital.
Y, ahí,
en esa escuela
voy a dar clases
a niños despeinados
que chorreen
mocos.
Todo patriarca
necesita testigos
para acompañar
sus horas.