La moderna idea de eficacia mezclada con la antigua sed de sangre - Primera Parte
Todo empieza con un título.
Recuerdo que siempre
hay cosas mejores
que escribir
poemas,
como lavar la ropa
que está en el balde
o atender el timbre:
la urgencia,
como en un juego
de roles,
le gana al poema.
Recuerdo lo que es
preocuparse por el poema
guardado, terminado, inconcluso.
Que se hace deuda interna
que circula y crece,
que circula y crece,
hasta que,
un día,
se apaga.
Recuerdo que la otra noche
escribí un poema
antes de dormir
en un recetario de médico
y arranqué la hoja
y apagué la luz
y me dormí.
También recuerdo
que al tiempo
lo encontré bajo la cama
durante una limpieza,
el poema era bueno:
entonces, se ganó
una trascripción
a un lugar seguro.
Recuerdo que el poema trascripto
se hizo malo
y mereció
unas gruesas tachaduras
en cruz.
Recuerdo que el poema
guardado,
olvidado,
fermentado,
se hizo otra vez bueno.
“Tigre adormecido
muestra tu tesoro”
concluye.
Un poema es un problema.
Recuerdo,
que compro lámparas
que iluminan mejor,
marcadores soberbios
de diferentes trazos
y calidad.
Libretas portátiles,
de hojas brahmánicas,
donde la tinta
resbala mejor.
Todo por el poema.
Recuerdo que a mi primer libro
se lo regalé a mamá,
se sentó junto
y después de un rato
con los ojos fijos
en el ritmo de las hojas
dijo:
“Listo, ya lo terminé”
y después:”Gracias por la dedicatoria”.
El poema no despertó
la tormenta,
no llamo al rayo
que incendia el bosque.
Recuerdo,
otra y otra vez,
el misterio
de la venganza.
Un poema escupe sangre
que brota de los dientes,
las encías y un poco mas allá,
donde nace la sed.
No sonríe
con el iris en rojo
en una fotografía.
Y recuerdo que también leo poemas,
de amigos, de enemigos
de extraños:
de todas las partes.
Y cuando escribo un poema
pienso en la cara
de amigos, de enemigos
de extraños:
leyéndolo.
Un poema esconde cosas:
la verdad siempre prohíbe
la elocuencia del dolor.
Recuerdo
que los mejores poemas
siempre son de otros.
No hay teoría
no hay pizarrón,
no hay maestro,
no hay influencia,
no hay “voz”,
que diga “esto, si, esto”:
El poema no necesita
los mercaderes del canon.
El poema
es un huérfano solitario
con hambre, soportando
la helada nocturna.
El poema
es Jesús,
porque Jesús puede
aparecerse como un triste
y pobre mendigo,
o como poema.
Recuerdo que uno elije
escribir poemas,
que uno sueña con poemas
y a la madrugada
enciende agitado
y torpe
la luz del velador
y anota en la libreta
antes de que se esfumen
en la memoria intransferible
esas tres líneas
reveladas
que, quizás,
cierren de una vez “ese”
poema.
Recuerdo que también
hago café
y me someto
en un punto fijo
a la revelación.
¿Quién tenía un hermano
que se llamaba Poema?
Recuerdo
que a los buenos poemas
no los entiendo.
O los entiendo de muchas formas.
Y no puedo dejar
de señalarlo
y decirle:
“poema, poema, poema”.
Recuerdo que los poemas
a veces, vienen en forma
de números
o en claves místicas
a descifrar en tiempo muerto.
Esa voz que dicta.
Y no puedo dejar
de escribir poemas
y de leerlos.
Y me levanto temprano
para escribir poemas
y me acuesto temprano
para escribir poemas
al alba.
Y yo pinté mi habitación
y mientras diluía la pintura
escribí poemas.
Y yo sembré mi huerta
y mientras araba la tierra
escribí poemas.
Y escribí poemas en la cola
del banco y en la sala de espera
del consultorio.
Recuerdo que escribí
y escribí poemas,
muchos poemas
que el sol destiñe
y borra sobre
un tapial.
Me obligo a recordar
que el poema viene,
que no sirve buscarlo
tan solo viene y se posa
en alguna parte del cuerpo
como el primer pétalo
en conquistar tierra.
Pero no es fácil esperar
cuando bajo lo pies
las hormigas
trabajan de noche
y perforan la tierra.
El poema del poeta secreto.
Recuerdo
que a veces
creo en poemas
que no son poemas:
y me asusto.
El poema dejó de ser divertido
ahora es furia inyectada,
dirigida a atravesar el éter.
Recuerdo que escribí poemas
sin darme cuenta
y que los dije en voz alta
y los perdí.
Recuerdo que piensan mal,
no hay ley física,
no se somete, el poema,
a la temporalidad:
es un acto,
el momento preciso
en que el grano de polen
se desprende se la flor
y el pistilo
se siente mas liviano.
Recuerdo que hay que estar sucio
para escribir poemas
y que el poema
apaga y enciende
el trigal
y que el poema
vive y crece
de matar poemas.
Recuerdo que siempre
hay cosas mejores
que escribir
poemas,
como lavar la ropa
que está en el balde
o atender el timbre:
la urgencia,
como en un juego
de roles,
le gana al poema.
Recuerdo lo que es
preocuparse por el poema
guardado, terminado, inconcluso.
Que se hace deuda interna
que circula y crece,
que circula y crece,
hasta que,
un día,
se apaga.
Recuerdo que la otra noche
escribí un poema
antes de dormir
en un recetario de médico
y arranqué la hoja
y apagué la luz
y me dormí.
También recuerdo
que al tiempo
lo encontré bajo la cama
durante una limpieza,
el poema era bueno:
entonces, se ganó
una trascripción
a un lugar seguro.
Recuerdo que el poema trascripto
se hizo malo
y mereció
unas gruesas tachaduras
en cruz.
Recuerdo que el poema
guardado,
olvidado,
fermentado,
se hizo otra vez bueno.
“Tigre adormecido
muestra tu tesoro”
concluye.
Un poema es un problema.
Recuerdo,
que compro lámparas
que iluminan mejor,
marcadores soberbios
de diferentes trazos
y calidad.
Libretas portátiles,
de hojas brahmánicas,
donde la tinta
resbala mejor.
Todo por el poema.
Recuerdo que a mi primer libro
se lo regalé a mamá,
se sentó junto
y después de un rato
con los ojos fijos
en el ritmo de las hojas
dijo:
“Listo, ya lo terminé”
y después:”Gracias por la dedicatoria”.
El poema no despertó
la tormenta,
no llamo al rayo
que incendia el bosque.
Recuerdo,
otra y otra vez,
el misterio
de la venganza.
Un poema escupe sangre
que brota de los dientes,
las encías y un poco mas allá,
donde nace la sed.
No sonríe
con el iris en rojo
en una fotografía.
Y recuerdo que también leo poemas,
de amigos, de enemigos
de extraños:
de todas las partes.
Y cuando escribo un poema
pienso en la cara
de amigos, de enemigos
de extraños:
leyéndolo.
Un poema esconde cosas:
la verdad siempre prohíbe
la elocuencia del dolor.
Recuerdo
que los mejores poemas
siempre son de otros.
No hay teoría
no hay pizarrón,
no hay maestro,
no hay influencia,
no hay “voz”,
que diga “esto, si, esto”:
El poema no necesita
los mercaderes del canon.
El poema
es un huérfano solitario
con hambre, soportando
la helada nocturna.
El poema
es Jesús,
porque Jesús puede
aparecerse como un triste
y pobre mendigo,
o como poema.
Recuerdo que uno elije
escribir poemas,
que uno sueña con poemas
y a la madrugada
enciende agitado
y torpe
la luz del velador
y anota en la libreta
antes de que se esfumen
en la memoria intransferible
esas tres líneas
reveladas
que, quizás,
cierren de una vez “ese”
poema.
Recuerdo que también
hago café
y me someto
en un punto fijo
a la revelación.
¿Quién tenía un hermano
que se llamaba Poema?
Recuerdo
que a los buenos poemas
no los entiendo.
O los entiendo de muchas formas.
Y no puedo dejar
de señalarlo
y decirle:
“poema, poema, poema”.
Recuerdo que los poemas
a veces, vienen en forma
de números
o en claves místicas
a descifrar en tiempo muerto.
Esa voz que dicta.
Y no puedo dejar
de escribir poemas
y de leerlos.
Y me levanto temprano
para escribir poemas
y me acuesto temprano
para escribir poemas
al alba.
Y yo pinté mi habitación
y mientras diluía la pintura
escribí poemas.
Y yo sembré mi huerta
y mientras araba la tierra
escribí poemas.
Y escribí poemas en la cola
del banco y en la sala de espera
del consultorio.
Recuerdo que escribí
y escribí poemas,
muchos poemas
que el sol destiñe
y borra sobre
un tapial.
Me obligo a recordar
que el poema viene,
que no sirve buscarlo
tan solo viene y se posa
en alguna parte del cuerpo
como el primer pétalo
en conquistar tierra.
Pero no es fácil esperar
cuando bajo lo pies
las hormigas
trabajan de noche
y perforan la tierra.
El poema del poeta secreto.
Recuerdo
que a veces
creo en poemas
que no son poemas:
y me asusto.
El poema dejó de ser divertido
ahora es furia inyectada,
dirigida a atravesar el éter.
Recuerdo que escribí poemas
sin darme cuenta
y que los dije en voz alta
y los perdí.
Recuerdo que piensan mal,
no hay ley física,
no se somete, el poema,
a la temporalidad:
es un acto,
el momento preciso
en que el grano de polen
se desprende se la flor
y el pistilo
se siente mas liviano.
Recuerdo que hay que estar sucio
para escribir poemas
y que el poema
apaga y enciende
el trigal
y que el poema
vive y crece
de matar poemas.