Literatura de subsistencia: Todo lo que choca en los innumerables guijarros

Todo lo que choca en los innumerables guijarros

Cancioncilla y lamento
la tierra que parece plana
pero no lo es.

El señor de tercera edad
que sale en la película
hundido en el cómodo
sillón del living de su casa
con ropa deportiva
y la expresión de calma
en la rivera
de su rostro.

Esa primer novia
que te convence
de que tu color
favorito es el verde y no el azul.

La madre que se vuelve loca
y el hermano del medio
que se corta el pelo
cada vez que entra al baño
y entonces la madre
anda escondiendo las tijeras
de la casa.

El perro viejo
con una cicatriz
por pelea
dibujada
sobre el cráneo,
que turna el asentamiento
de su noche
entre las puertas
de los vecinos
y por la mañana
erguido tenso en sus cuatro patas
ladra a un punto ciego
que no tiene absolutamente nada
para mostrar.

El hombre que viene
protegido en su camionetita
con una escalera
a cuestas en la espalda
a poner televisión por cable
al del lado
y me toca el timbre a mí
y me levanto a las once en un aullido.

El loco Omar
que fue echado de su casa
por su hermano
para así poder alquilarla por cuarto
a obreros peruanos de la construcción
y la limpieza doméstica,
toma la leche directamente
desde el sachet
o con un termo de plástico
pide agua caliente y puchos
sentado en las esquinas.

El hijo mayor de mamá
que lleva una depresión
record de seis meses
no come
no trabaja
no estudia
no se levanta de la cama
no escribe
no viaja
no sueña
y dice que ahora está
enamorado
y que por ella va a cambiar

El peligro que hay en las calles
el peligro
de ser un violador
de matar a todos en un aula
en la oficina
en la peatonal
en casa.

El cuerpo que se gasta
que siempre es el mismo
y ya está muy usado.

El dolor de las muelas.

El miedo a lo real
a la gente acumulada
a las presentaciones de libros
a los hospitales públicos
a que se te acerque un mogólico.

El partido de fútbol
que llegás tarde
y se pierde por un gol
que fue por una distracción tuya.

La abuela Celina
que fue encontrada boca abajo
muerta
con la espalda rota
cuando mamá lucía sus quince años,
por el proyecto
de querer cazar un león
que echado estaba
en la madre rama de un árbol
y fallar
y caer,
tres días la asistieron
Princesa
Sultán
y Cuida tu amo
sus perros,
que recién la dejaron
para volver a casa
cuando enterró la cara
en el polvo.

Que mamá la recuerda
cantando
una cueca de Margarita Palacios
que dice
“ Ay! María Linda
que bella sos”
mientras camina
hasta desaparecer
en el monte
y sus perros detrás.

El miedo a que te digan
que lo que escribís
es malísimo
y dejes de escribir para siempre
para ponerte
de una buena vez
a la laburar
olvidarte
de la barba crecida
de la noche
de las pendejas que te andan leyendo por ahí
y no les contestas sus mails
y empezar a ver hijos
pueblo
jefes
divorcios
y el dormir te cambia
y el dolor en los riñones
las comidas sin sal
la pérdida el cabello
la alfombra roja
que absorbe la tierra
que entra bajo la puerta
y se vuelve paulatinamente negra
la ropa anticuada
los multifocales
el dolor de la primera meada de la mañana
el caminar lento
sin brusquedades

las ansias

que se reducen a esperar
el día
que toca afeitarse
para cerrar la puerta y entrar
otra vez al mundo de tu rostro
que lo reconocés
con el dulce recorrido del dorso
de tu mano por sus pliegues
sus asperezas
unos diez quince minutos
de soledad
para pulir las imperfecciones
atendiendo a los surcos
los detalles
las nuevas concavidades
las impurezas
que antes no estaban
o no se notaban
y relucen
como la causa
de lo que va sucediendo.
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