Faunitas cuarenta
En el caño
de la bici
atamos con una
soga celeste de nylon
esa almohada vieja
donde apoyaba
la guitarra que vendí.
Así te sentás
y no duelen los paseos
de las tardecitas
en que tu pelo rubio flamea
coreográfico
con tu pollera blanca
por todas esas
bajadas
(que a veces son subidas,
según como se las mire)
de ese lugar
llamado alberdi.
de la bici
atamos con una
soga celeste de nylon
esa almohada vieja
donde apoyaba
la guitarra que vendí.
Así te sentás
y no duelen los paseos
de las tardecitas
en que tu pelo rubio flamea
coreográfico
con tu pollera blanca
por todas esas
bajadas
(que a veces son subidas,
según como se las mire)
de ese lugar
llamado alberdi.