Literatura de subsistencia: marzo 2007

Sábado o la meditación de la laguna

jueves, marzo 29
Escena uno
La laguna tiene juncos
cerca de la orilla
que marcan los límites
del agua pampayita
con el agua profunda.

La laguna tiene tábanos
que esperan silenciosos,
respirando lento
sobre los juncos,
que algo o alguien
agite las aguas
para comenzar la cacería
de la sangre tibia.

Escena dos
La laguna es una maza líquida
de energía
en cada sinuoso
movimiento
un espíritu adormecido.

Escena tres
La campiña del hombre
está frente a la montaña
entre la campiña
y la montaña
está la laguna.

Escena cuatro
Los árboles caídos
dejan que el sol
y el viento los hagan leña
fértil,
extremidades
desechadas de algún dios
que en la noche
toman formas
monstruosas
bajo la blanca luz de la luna.

Escena cinco
La laguna es
un panóptico cristalino
un escenario oculto.
Observatorio perpetuo
de árboles, montañas,
criaturas fotosintéticas
que miran siempre hacia arriba
siguiendo el recorrido
del sol.

Escena seis
La campiña es roja.
Está rodeada de troncos
las risas de unos niños
que juegan a lo lejos
vienen con el viento,
también los bramidos
de motores que pasan
tras los árboles
y el ejército de tábanos
que recuperaba
energías en perfecta mímesis
sobre los tallos
de las rosas silvestres.

Escena siete
La roca
embarrada
fluye su tinta:
una herida
extendida
representada
sobre el claro
del agua.

Escena ocho
La raíz
del árbol caído
sumergida bajo el agua
de la laguna
adquiere caracteres anfibios
que se perciben
desde el movimiento
de la superficie.

Escena nueve
¿Qué
es una hormiga
sin su hormiguero?
¿Y de una montaña
sin rocas?
¿Que es de una laguna
sin secretos
en el fondo?

Escena diez
La meditación
de la laguna.

Escopetas en la infancia

martes, marzo 13
Una escopeta en la infancia
como un trofeo
en la repisa,
de un niño pisando el balón:
congelado
con la vista al frente
buscando la asistencia.

Ese niño dorado
es uno
detenido en el acto del juego.

Esa escopeta
de dos caños
es uno
en todos sus crecimientos.



La temporada de vizcachas
es todo el año
todo el tiempo
toda la pampa.

Cuando hice mi primer
disparo
los árboles se despoblaron,
quedó un zumbido
tras la marcha
del corazón
bombeando sangre a todo los lugaeres
del cuerpo
el olor de la pólvora
que dura poco
y se va al este con las nubes.

En mi primer disparo
me quedaron las manos
calientes
un dulce ardor en el hombro
y una erección fornida
y natural: sin ideas.

Hay diciembres que son calientes
desde sus principios mismos
de diciembre.

El fin de la pampa
es una arboleda magnífica
en línea.
Desde ahí nacen las nubes
que terminan muertas
en un baso de agua.

Las plagas.

Ahí es donde aguarda el dios
para nunca ser encontrado.


No voy a hablar
de un tipo
un tipo
que se sienta en la mesa
con blanco mantel de hule
a cuadros
y en la fisiología de su comer
descubre con los caninos
esa munición
alojada entre la carne.

A eso ya lo hicieron muchos.

Mejor,
seguir atento
la munición
con la mirada
justo detrás
por su manso trayecto.

El aire
que en su roce helado,
disminuye la temperatura
del plomo
que logra
así
mayor consistencia
en el impacto.

Ese primer contacto
con el pelaje
que convierte a las hebras
en humo.

Ese túnel diminuto
que cava el cuerpo vivo
y atraviesa tendones
y músculos
como mosaicos y raíces.

Tampoco voy a hablar
del divagar pensante
de esa vizcacha, mientras
pastaba nocturna
hasta que sintió
el ardor que la roía.

Saber
que su pensamiento
en la caída
es un silbido intacto
que aumenta
a medida
que la vista oscurece.


Caminar por la noche
sintiendo ramas podridas
deshacerse en
las pisadas de hombre
con zapatos de combate.

Un hombre con un arma
es un guerrero.

Frágiles monumentos
de un furor homicida.

En realidad,
y ahora lo recuerdo mejor,

mi primer disparo
fue cuando a los cinco años
nos quedamos solos
en la casa del ciruelo
y de un momento a otro
miguelito ya estaba
en el piso.

Frágiles monumentos
de un furor homicida.