Literatura de subsistencia: abril 2007

Cancionero Infantil

miércoles, abril 25
I
Las canciones infantiles
alegran
divierten
instruyen.

Se pegan para siempre
escondidas
tras descargas
que las traen
una y otra vez.

En los veranos.

En abril.

Los cumpleaños.

Las navidades.

Los ojos
cierran.

Se trata de entender
hasta que el recuerdo
toma forma de recuerdo.

Esta navidad
somos tres
como la anterior
y la anterior.

Silencio.

Unos diminutos acoples
del jugo que cae sobre las brasas,
algún tenedor
que choca con el fondo del plato,
los hielos que se baten en el vaso de cristal.

Cada uno recuerda
lo que quiere.

Una orquesta
que interpreta melodías diferentes
repetidas en los ecos de un teatro.

Si hay que buscar un comienzo,
todo comenzó
en el viaje
a La Falda.

Doce años teníamos
a mi me gustaba
el Mono
que se besó con la Noelia Echeverri
en uno de los programas nocturnos
pautados
por la empresa de turismo.

Tiempo después me gustó
el Chizo, que lo besó
la Peti en una hora libre
o en una falta multitudinaria.

Pero esa tarde
papá llamó
al hotel
cuando íbamos en fila
a ver en pantalla gigante
el partido que argentina empató
cero a cero
con chile.


¿Un llamado esculpe una figura?
¿Un llamado de que?

Y sin querer nos hicimos amigos.

Sigo haciendo los mismos regalos:

tarjetitas con poemas
cortos
transcriptos.

El que mas me gustaba
era La pequeña muerte
de Galeano

“Pequeña muerte llaman
en Francia
a lo que matándonos nos
hace
y destruyéndonos
nos une”

En cartulina dura
le pintaba con acuarelas
dibujos que imitaban las formas de Miró
una firma prolija
y mas abajo
decía que te amaba.


II
¿Es posible
tomar otra vez la leche juntos?

¿Merendar solo por el placer de merendar,
digo, pensando nada mas que
en esa merienda, anulando
proyecciones,
recuerdos, planes?

Hace mucho
que no siento
esa alegría
de niño
mientras come.

Disfruto,
limpia,
recién bañada,
de mi piel.

Su nuevo olor.

Paso lento
la palma de la mano
por los rincones.

Su nueva suavidad.

Me desconozco:
resulta ser
que en cada suspiro,
en cada célula que se muere
soy distinta.

Y así actúo
y así actuaré.

Momentos en que uno
no quiere ser uno.

En el espejo,
las fisuras,
la intensidad del brillo en los ojos,
la fisonomía de algún ancestro.

Y vuelven
melodías
de la infancia,
oscuras gavetas que
erizan la piel.

Y así,
me conseguí
otro novio,
que me regalaba plantas.

¿Qué es eso
de dejar
las plantas morir?

¿Por qué se mueren?

¿Es un augurio de rechazo,
de renuncia?

¿Todas mis estrategias
para la muerte
solo funcionan en plantas?

¿La irremediable causa
de mi impotencia suicida?

Siempre vuelvo
con la simple
excusa de existir.

¿De molestar?


III
¿Cuantas veces se deben dejar las cosas?
¿No se pueden dejar para siempre?

Para entonces
habré dejado de pensar
en ser abuela,
hacer tortas
de chocolate
los domingos,
tejer
algún pulóver,
una bufanda
frente a la ventana.

Para entonces todo habrá pasado.

Para entonces algún fulgor mitigado
tomará fuerzas.

Pero ahora te recuerdo
y contra eso
no puedo hacer nada.

Escuchabas
y atendías todas mis palabras
trascendiendo el hecho lingüístico
como si todo lo que dijera fuera hermoso.

Me hacías
cosquillas en la panza
aguantaba
todo,
todo lo que podía
hasta que explotaba
en una carcajada
enorme. Madre,

que paría a muchas
otras.

El frío
solo se parece
a la noche
en Unquillo
cuando tiritaba
y tapados
son una colcha, pequeña
para los dos,
me abrazabas
con tus largos brazos
de hombre,
me besabas el cuello.
Y me frotabas tus manos
por los hombros,
antebrazos,
manos,
piernas.

Deberíamos haber viajado más
siempre lo hicimos por separado.

Decíamos íbamos a conocer el sur.

Cuando el viento
chifla
como chifla en la pampa
recuerdo la tarde
de la promesa.

Quisimos
llevar la deuda con nosotros
encarnada
en alguna parte del cuerpo
para que
nos permitiera
seguir viviendo.

O, cuando te dije,
por teléfono:
sigamos escribiéndonos cartas,
eso nos divierte a los dos
nos hace parecer unidos
y dormir contentos.

Una tarde
que estaba sola
quemé todas las cartas
que te escribí
al fondo de la casa
en un tacho de basura.
El perro eufórico
ladraba
y corría alrededor
del fuego
en el centro mismo
de la tarde.


IV
Me puse linda
en los últimos años
de la secundaria
antes usaba un guardapolvo
que solo dejaba ver
unos esfuerzos de piernas.

Recién entendí
eso de los besos,
de las peleas,
de que me toquen,
de usar las manos
como armas.

Volvía a casa
con la frente
rebotando sobre la ventanilla
del A 6.

Eran todas digresiones
recetas de algunas muertes,
conjuros.

Me hubiera suicidado
tres veces
o mas.

La valentía
solo duraba
el tiempo
de desplazamiento,
la epifanía,
las trampas
de la representación.

Entonces
empezaron
tus primeras visitas.

Siempre tuviste
las manos mas grandes que yo
acolchonadas
en las falanges.
Decías que eran
para golpear
a enemigos futuros,
cercanos y continuos.

Mi anillo
mas grande
te entraba en el meñique.

Mi estrategia
era quedarnos hasta tarde
para verte
dormido
abrazado
a mi almohada.

Entonces no sabíamos,
que tiempo después,
llegarían como venganza
los interrogatorios
desnudos.

¿Sirvieron para entendernos?

¿Para hacer carne
la condena a extrañarnos?

Las realidades
suelen doblar el pensamiento
nos hacen
crujir las palabras
tratando de explicar.

Ya saqué
tus fotos
de ese lugar
donde veo las fotos
todos los días.

No por otro motivo.

Que olvidarlas
para verlas en secreto.

¿Hay algún indicador
de malestar en una sonrisa?

¿Por qué no se ve?

¿Siempre hay que destruir para ganar?


V
¿Quién me va a pensar en su memoria?

No siempre tiene que ser así
debe haber otras formas.

Tantos abrazos
partidos por la mitad
que acumulan
el fiel reflejo.

Cristalino.

De las arrugas
paridas
en lugares diferentes.

Nunca
voy a entender tus muecas
no dicen lo que quieren decir
son pistas falsas,
que confunden al que busca.

¿Existe
la felicidad en que nos ocultamos
uno del otro?

¿Cómo se mide la felicidad?

¿Besos, caricias, placeres, logros?

Hubiéramos sido
eternos
no nos gusta el mate amargo
descubrimos juntos Pink Floyd
y nos gustan las
papas fritas.

De mas pequeños
hubiéramos puesto
a competir
nuestras masas
en un subi-baja

Puedo
saludarte
después de mucho tiempo
sin verte
tener algún roce
no planeado.

Fingir
que no pasa nada.

Ahora sos el
escritor
poeta.

Y yo la niña loca
la que perdió
a su madre,
dejó la universidad,
te rompió el corazón,
con el color tostado
las cuatro estaciones.

La que a veces te extraña.

Ahora sos
vos el que habla.

Yo callo
dejo de existir
me filtro una y otra vez
hasta quedar
en sustancia mas pequeña.

Tamizada.

Esa buena vida perdida.
Ese incendio en el trigal,
a nuestras espaldas.