Literatura de subsistencia: La moderna idea de eficacia mezclada con la antigua sed de sangre - Tercera Parte

La moderna idea de eficacia mezclada con la antigua sed de sangre - Tercera Parte

Recuerdo
con todos sus sonidos
la inundación.

El diario que escribí
y los poemas que no
gustaron.

Recuerdo las palmeadas
terminada una lectura
y también
recuerdo lecturas
a las que falté
y no puedo olvidar
todos
y cada uno
de los concursos
que perdí.

Y recuerdo
que a mi también
me conmovieron
los amaneceres
en la casa del ciruelo,
en la del mandarino,
y, ahora,
en la del limonero.

Recuerdo que en círculo
miraban mis movimientos
y que a la guerra fría
la ví en quinto año
con Horalia Sánchez
y el último día de clases
se aprendió mi nombre
y por eso no me la lleve.

Recuerdo que leí
a los poetas que triunfaban
y su poesía era una mierda
pero triunfaban.

Recuerdo las
nuevas jóvenes
editoriales fantasmas
que publicaban
adolescentes desesperados
por una cucharada
de ego
que pagaban cualquier
cosa por un libro
en los estantes.

Recuerdo la fiebre,
el dolor de muelas,
las inyecciones,
alguna quebradura
de radio
por subir a la terraza
a gritar un gol.

Recuerdo
los anales
de la literatura de mi provincia
y el sarcasmo
y la ironía
que no es metáfora.

Recuerdo
que había que figurar,
apretarle la mano
a personas repugnantes,
soportar los avances
de un viejo puto,
cojerse a pendejas
desahuciadas
y perdidas
que veían en uno
lo que querían ver
y que después, cuando
me las cruzaba en la calle,
agachaban la vista.

Recuerdo
las condiciones
que impuse
para escribir en el exilio
y finalmente escribo
por las noches,
horizontal,
a mano
y enfermo.

Recuerdo a los compañeros
de la facultad
con su ropa seria
seguros de ser grandes
escritores,
planeando en secreto
una novela
que aplique
el postestructuralisto bartheano
mezclado con una
moderna interpretación antisemita
de la odisea.

Recuerdo
que conocí a grandes poetas
y que eran
unos lisos
y llanos
pelotudos,
y que mi maestro,
finalmente,
era ese pedófilo
que fotografiaba
a sus mancebos alumnos
sin remera,
porque la poesía
nunca le alcanza.

Recuerdo
la vieja idea
de los poetas magistrales
que no publican.

Recuerdo
el caucho,
las huellas del perro
dentro de casa
y el hogar a leña
donde quemé
mis primeros libros.

Recuerdo
que escribo poesía
pero la poesía no me gusta
porque cada diez libros
que se publican,
ninguno es bueno,
habrá que esperar
quizás,
en los próximos diez,
esté el que todos
esperamos.
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