La moderna idea de eficacia mezclada con la antigua sed de sangre - Segunda parte
Recuerdo que cuando
quise hablar
del humo
junte ramas del patio
y las quemé en
el asador:
y en la húmeda calina
escribí
sin ver.
Y recuerdo cuando,
no hace mucho,
concluiste tu venganza
mientras yo, a kilómetros
recalentaba una cena,
y te divertía,
jugabas, no querías que termine,
y orgullosa reías como una muchacha
obscena cuando le dicen cosas lindas
al oído,
y después llorabas
porque estamos en junio
y todos sabemos
lo que es junio.
Tuve
que juntar las cenizas
que se colaron
por la rendija de la puerta trasera
y que lavar
otra vez la ropa
que estaba tendida.
Recuerdo que el poema del humo
era malo,
y lo olvidé rápido, como todos
los poemas malos
que escribí emocionado
y con amor.
Y preferí escribir sobre
orquídeas salvajes y eróticas,
y tampoco funcionó,
y volví a incendiar
todo para hablar,
esta vez, del fuego
y finalmente
decidí dejar todos aquellos
poemas del extrañamiento
y aprovechar la quema
para remover la tierra
y resucitar el jardín.
Recuerdo las madrugadas
que me obligaba a avanzar
50 hojas de un libro aburrido
para lograr ser un “gran escritor”.
Recuerdo que creía
en el sacrificio,
y desconfiaba del poder
y las mujeres.
Recuerdo cuando decidí
viajar, y no dormir
y comer poco
para poder ser un gran escritor.
Y recuerdo mis primeros
cuadernos
de 24 hojas que tardaba meses
y meses completar
con injurias
a padres,
mujeres,
enemigos.
Recuerdo la idea
del resentimiento
como base social moderna
y así a la escuela
literaria del resentimiento
y a los próceres que duermen
en un colchón sin sábanas
y que se puede ganar con miedo
y que se puede hacer
una obra prolija
y demoledora
desde la cápsula gris
que alberga al resentido.
Recuerdo que
quería ser un gran escritor
y me la paso escribiendo
poemas en coches
en movimiento.
quise hablar
del humo
junte ramas del patio
y las quemé en
el asador:
y en la húmeda calina
escribí
sin ver.
Y recuerdo cuando,
no hace mucho,
concluiste tu venganza
mientras yo, a kilómetros
recalentaba una cena,
y te divertía,
jugabas, no querías que termine,
y orgullosa reías como una muchacha
obscena cuando le dicen cosas lindas
al oído,
y después llorabas
porque estamos en junio
y todos sabemos
lo que es junio.
Tuve
que juntar las cenizas
que se colaron
por la rendija de la puerta trasera
y que lavar
otra vez la ropa
que estaba tendida.
Recuerdo que el poema del humo
era malo,
y lo olvidé rápido, como todos
los poemas malos
que escribí emocionado
y con amor.
Y preferí escribir sobre
orquídeas salvajes y eróticas,
y tampoco funcionó,
y volví a incendiar
todo para hablar,
esta vez, del fuego
y finalmente
decidí dejar todos aquellos
poemas del extrañamiento
y aprovechar la quema
para remover la tierra
y resucitar el jardín.
Recuerdo las madrugadas
que me obligaba a avanzar
50 hojas de un libro aburrido
para lograr ser un “gran escritor”.
Recuerdo que creía
en el sacrificio,
y desconfiaba del poder
y las mujeres.
Recuerdo cuando decidí
viajar, y no dormir
y comer poco
para poder ser un gran escritor.
Y recuerdo mis primeros
cuadernos
de 24 hojas que tardaba meses
y meses completar
con injurias
a padres,
mujeres,
enemigos.
Recuerdo la idea
del resentimiento
como base social moderna
y así a la escuela
literaria del resentimiento
y a los próceres que duermen
en un colchón sin sábanas
y que se puede ganar con miedo
y que se puede hacer
una obra prolija
y demoledora
desde la cápsula gris
que alberga al resentido.
Recuerdo que
quería ser un gran escritor
y me la paso escribiendo
poemas en coches
en movimiento.